ACOMPAÑAMIENTO ONLINE

Debido a la situación que estamos viviendo de Estado de Emergencia Sanitaria te sigo acompañando desde la distancia por teléfono, Skype o videollamada. Ya sois varios los que me lo solicitabais y las primeras experiencias están siendo muy buenas. Un abrazo a todos. Todo va a salir bien.

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Un tema para reflexionar: la epigenética.

 

¿Habéis oído hablar de la epigenética? Un tema apasionante…

Como suelo comentar a las personas que acompaño y cada vez estoy mas convencida de ello… heredamos más que el color de pelo, el de ojos o la forma de la nariz… las vivencias, traumas y emociones vividas no escapan al contenido hereditario que se pasa de una generación a otra…

Gracias a la epigenética actualmente se está pudiendo constatar cuestiones que llevan tiempo trabajándose desde varios ámbitos terapéuticos…

Por decirlo de manera sencilla, recibimos a través de nuestros padres aspectos de la vida de nuestros abuelos y de los cuidados que estos dedicaron a nuestros padres. Los traumas que sufrieron nuestros abuelos, sus penas, sus sufrimientos, sus alegrías, las dificultades que pasaron en su infancia o con sus parejas…, las pérdidas tempranas de seres queridos, lo que a su vez recibieron ellos…todo ello se filtró hasta cierto punto al gestar a nuestros padres y en los cuidados posteriores. Si nos remontáramos a una generación más ocurre lo mismo…de nuestros bisabuelos a nuestros abuelos… Y todo ello, llega a nosotros…

Epigenetica

Es posible que no podamos ver con claridad los detalles de los hechos que dieron forma a la vida de esos hombre y mujeres, sin embargo podemos sentir hondamente la repercusión de estos detalles.

Parece, según la epigenética, que tenemos programadas en el cerebro estas pautas y que empiezan a formarse incluso antes de que nazcamos.

Desde el momento mismo de la concepción, la experiencia que se vive en el vientre materno da forma al cerebro y sienta las bases de la personalidad, del temperamento emocional y de la capacidad del pensamiento superior. Estas pautas se transmiten de una generación a otra… por lo que podemos portar vivencias de generaciones pasadas sin ser conscientes de ello.

Hay ocasiones en las que sentimos ciertas cosas, tenemos ciertos impedimentos internos, miedos, etc… que no son congruentes con nuestra historia vital, pero que si miramos atrás… a nuestros antecesores… podemos hallar la conexión.

En consulta he visto muchos de estos casos, y aunque en un inicio era reacia a abrirme a ello, la evidencia me hizo investigar y profundizar en este tema… viendo que el trauma que condicionaba a ciertas personas a las que acompañaba no lo habían vivido ellas mismas, sino familiares a los que incluso, en ocasiones, ni habían conocido. En concreto,  trabajé con una mujer que literalmente estaba repitiendo la vida de su abuela materna sin ser consciente de ello… los paralelismos eran asombrosos, pero no era consciente de ello hasta que lo trabajamos y salieron a la luz detalles que ella portaba en su inconsciente y gracias a la hipnosis fueron haciéndose conscientes, cuestiones que ella no podía saber porque no había nacido y nadie se lo había contado… fue un trabajo esclarecedor para mi como profesional y liberador para ella como protagonista del mismo.

Os animo a leer e investigar sobre la epigenética, un mundo apasionante que ya cuenta con diversos estudios científicos y está abriendo un cambio de paradigma en la forma de ver el material genético… me encantaría conocer vuestras opiniones al respecto.

Un abrazo

DIME QUÉ RELACIÓN DE APEGO TUVISTE Y TE DIRÉ QUIÉN CREES QUE ERES.

Hola a todos…tras este espacio de tiempo y el ejercicio introspectivo que quizá algunos hayáis hecho al respecto, continuo con el tema del apego…

El título por el que he optado en este post es simbólico…somos mucho más que eso,  pero bien es cierto que el tipo de apego vivenciado nos condiciona profundamente.

Como consecuencia del tipo de apego vivido nos encontramos con diferentes tipos de patrones psicoemocionales, que aunque  no tenga por qué cumplirse en todos los casos si se encuentra una tendencia correlativa entre el tipo de comportamiento y el apego vivido en la primera infancia.

Los vínculos de apego sanos, sobre todo en los primeros años de vida, son necesarios para el desarrollo y la integración de funciones del hemisferio derecho y el izquierdo, así como de las funciones límbicas y corticales. En el ámbito clínico esto es altamente relevante, porque el hipocampo empieza a intervenir a partir del 2 o 3 años de vida, con la consecuencia de que en los primeros años la experiencia y el aprendizaje se experimentan en la amígdala como recuerdos emocionales globales, generalizados pero altamente influyentes.

El hipocampo funciona como un modulador a las reacciones indiscriminadas de la amígdala. Es como un organizador de información a la secuencia y el contexto que maneja la información racional, como ya comenté en post anteriores.

Así como la amígdala es un acelerador del sistema simpático, el hipocampo actúa de freno y activa el sistema nervioso parasimpático, lo que nos permite tranquilizarnos cuando estamos ante una falsa alarma (Siegel, 1999). Ante esta falta de regulación en los niños de menos de 2-3 años, la presencia de su figura de apego se torna imprescindible como figura que facilita su regulación, incidiendo en la capacidad del niño de autorregularse emocionalmente  y también en la formación de representaciones mentales de sí mismo y de los demás.

Para Bowlby (1980), estas representaciones mentales, llamadas Modelos de Funcionamiento Interno (internal working model) serían los sistemas de creencias que se estructuran internamente junto con las emociones y sensaciones asociadas a las mismas.

Son constructos estables que operan fuera de la consciencia e influencian las estrategias, expectativas y actitudes relacionales posteriores. Se forman en los primeros años y son reinterpretados a lo largo del ciclo vital.

Explicitan cómo el niño, en interacción con sus figuras de apego, va construyendo representaciones internas de sí mismo y de su relación con los otros, del mundo.

Las figuras de apego autorregulan al niño, dan respuesta a las distintas necesidades, les llega a través de ellas el sentido corporal de que es digno, valioso, querible, merecedor de cuidados, de amor, de recibir. Esta certeza es vivenciada, no pensada, se queda gravada en el cuerpo, en las células, en las capas más antiguas del cerebro. El contacto de las miradas, de piel, el tono de voz entre el bebé y las figuras de apego va a regular y organizar la experiencia de los estados internos del bebé.

Este modelo representacional va a servir a la persona para percibir e interpretar las acciones e intenciones de los demás y para dirigir su conducta, teniendo una profunda influencia sobre las relaciones sociales del sujeto. Si una persona, durante su infancia tuvo un apego seguro, sus figuras de apego se mostraron sensibles, amorosas, y le hicieron sentir que era una persona valiosa y digna de amor, más probablemente, en su vida adulta, tenderá una actitud de confianza en las personas con las que establezca sus relaciones en comparación con un sujeto que en su niñez haya tenido experiencias negativas con sus figuras de apego, ya que tenderá más fácilmente a la desconfianza y a no esperar nada positivo, estable o agradable de las relaciones que establezca, esperando rechazos o falta de respuesta empática por parte de ellos.

Bowly considera la angustia como una reacción a las amenazas de pérdida y a la inseguridad en las relaciones de apego. Esto ocurre frecuentemente cuando el sujeto es llevado implícita o explícitamente a creer que no es nada ante los ojos del otro significativo.

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Las cualidades definitorias del Modelo de Funcionamiento Interno están basadas al menos en dos criterios:

  1. Si se representa la figura de apego como una persona que en general responderá a las solicitudes de apoyo y protección.
  2. Si el niño se juzga a sí mismo como una persona a quien cualquiera, en especial la figura de apego, le ofrecerá su apoyo.

Un aspecto clave de estos modelos, que incluyen componentes afectivos y cognitivos, es quiénes son las figuras de apego, dónde han de encontrarse y qué se espera de ellas. También incluyen información sobre uno mismo constituyendo la base de la propia identidad y de la autoestima.

Diversos estudios longitudinales evidencian en que se ha observado que los patrones de vinculación afectiva de la infancia persisten en la adolescencia y en la edad adulta, incluso con influencia en la forma de vincularse posteriormente con sus hijos después y la forma de establecer relaciones amorosas en su edad adulta.

Espero que esta pequeña píldora sobre el apego os ayude  a conoceros mejor, atar cabos y relacionaros desde otro lugar con aquellos para los que vuestra mirada lo es todo… los más pequeños, sobre todo si sois sus figuras de apego…

Un abrazo

EL APEGO

Hace tiempo venimos oyendo hablar del apego, pero… ¿sabemos realmente lo qué es? Es un tema de vital importancia. Lejos de ser un aspecto que pueda preocupar solo a padres y madres, es un punto clave para el autonocimiento y autocomprensión… ¿cual ha sido mi relación de apego en la infancia?, ¿qué relación guarda con mis relaciones actuales de pareja, amistad, etc.?, quizá al mirar aquella relación de apego pueda comprenderme mejor y entender ciertos patrones emocionales y conductuales que repito…

Vamos allá…

La teoría del apego empezó su andadura a principios del siglo XX con el fin de explicar los diferentes estilos de apego en relación a las distintas formas de sentir, pensar y relacionarse de cada individuo.

John Bowlby, considerado el padre de la Teoría del Apego postulo en la década de los 50 junto a Mary Ainsworth la Teoría del Vínculo Afectivo que se establece entre madre e hijo constituyendo uno de los planteamientos teóricos más sólidos en el campo del desarrollo socio-emocional.

A la teoría de Bowlby y Ainsworth, se han venido sumando los resultados de variedad de investigaciones, viéndose la misma afianzada y enriquecida, convirtiéndola en una de las principales áreas de investigación evolutiva. Todas llegan a demostrar, hasta qué punto el ambiente junto a los cuidados recibidos en la primera infancia producen marcas en el desarrollo del niño, afectando a sus logros posteriores, así como sus oportunidades futuras, produciendo incluso cambios epigenéticos que determinarán su salud física, emocional y psicológica.

John Bowlby establece la manifestación de 3 tipos de conducta:

1. Búsqueda, seguimiento y mantenimiento de la proximidad a una figura de apego protectora. Se refiere a todas aquellas conductas que están al servicio del mantenimiento de la proximidad y el contacto con las figuras de apego (sonrisas, llantos, contactos táctiles, etc.).

2. Uso de la figura de apego como “Base segura-Secure Base”. Lo que otros autores han denominado repostaje emocional (Mahler, Pine y Bergman, 1975). Se estructura cuando la relación con la figura de apego proporciona un sentido y sensación de tranquilidad y aceptación que se construye internamente. Esta base permite que el niño explore y pueda volver de forma segura. Está interacción relacional entre la figura de apego y el bebé conforma la base en la que se funda el desarrollo posterior de la personalidad.

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La base segura tiene las siguientes características:

– Capaz de entender y conceptualizar lo que siente el niño en cada situación.

– Valida al niño emocionalmente.

– Capaz de responder de forma adecuada, efectiva y pronta a las necesidades del niño.

– Capaz de interpretar adecuadamente las diferentes señales del niño.

– Capaz de brindarle al niño la seguridad de su permanencia cuando y donde la requiera el niño.

El obtener una base segura permite al niño un desarrollo óptimo, generar representaciones adecuadas del mundo externo y la posibilidad de explorar su entorno aumentando en gran medida la supervivencia del individuo. Si esto no se da, se incrementa la probabilidad de generar  modelos inadecuados de apego, predisponiendo a la alteración en el desarrollo de su personalidad y haciéndole más vulnerable a la presentación de dificultades psicoemocionales.

3. Búsqueda de una figura como refugio en situaciones de peligro y alarma. Muestra su relación con las anteriores, ya que su aparición supone la disminución de las conductas exploratorias y el aumento de las conductas de apego.

En referencia a este último punto Mary Ainsworth distingue 3 tipos de apego en función de la vinculación afectiva con el cuidador principal:

– Apego seguro: Se caracteriza en que el niño se siente seguro estando con su principal cuidador, ante su ausencia experimenta ansiedad y malestar por la separación, ante su reaparición se sentirá aliviado y nuevamente seguro. Este tipo de apego resulta posible cuando el principal cuidador del niño se muestra atento, disponible y en condiciones de responder a sus necesidades.

– Apego inseguro evitativo: El niño evitará o ignorará a su principal cuidador, se mostrará independiente,  no se siente afectado ante su ausencia y no buscará el acercamiento a su regreso, y si el cuidador busca el acercamiento, lo rechazará. Este comportamiento en el niño puede estar provocado por la falta de atención. Ya que cree no tener ninguna influencia sobre su cuidador, porque este con frecuencia no satisface sus necesidades.

– Apego inseguro ambivalente: En estos niños se puede observar que se preocupan por dónde está su cuidador principal, son poco explorativos, lo pasan mal cuando no está el cuidador y a su regreso se muestran ambivalentes, muestran irritación y se resisten al acercamiento y al contacto.

Existe una cuarto tipo propuesto por M. Mahler (1968) y validado por Ainsworth:

– Apego desorganizado: En este caso el niño no utiliza estrategias para atraer la atención de su cuidador principal. Presentan conductas contradictorias, de búsqueda de su cuidador de forma intensa para luego rechazarlo. Pueden mostrar miedo y confusión ante la presencia del cuidador.

Dependiendo del apego vivenciado nos encontraremos con diferentes tipos de patrones psicoemocionales que, como comentaré en el próximo post, condicionaran el desarrollo y personalidad de la futura persona adulta.

Mientras tanto tomemos un tiempo para echar la vista atrás y reflexionar un poco…

Un abrazo.

 

LA CLAVE DE LA TRANSFORMACIÓN PARTE 3 – DESCUBRIENDO MI PERSONAJE

Los personajes no son más que respuestas aprendidas desde la primera infancia por pura supervivencia. Ya he hablado de la necesidad de aceptación que tenemos todos y que tiene su origen en la época en la que éramos nómadas… bien, pues todo viene de ahí…

Esta necesidad innata de que nuestro entorno más próximo nos acepte e incluya hace que desarrollemos un personaje que, de la manera que un niño entiende, nos ayude a adaptarnos a ese entorno para ser aceptados e incluidos, dejando a un lado y bloqueando aspectos de nuestra verdadera personalidad por considerarlos negativos para nuestra supervivencia y adaptación a ese entorno y desarrollando otros que no nos pertenecen en esencia.

Este personaje creado a edades tan tempranas “nos protege y ayuda” en ese inicio, pero en la mayor parte de las ocasiones nos boicotea en la edad adulta… ya que no son más que las respuestas de nuestro niño herido.

Aparece asociado a estímulos que activan nuestra alarma interna al estar asociados a vivencias traumáticas en las que nuestro bienestar y supervivencia física o psicológica se vio amenazada. No tienen por qué ser grandes acontecimientos traumáticos (los llamados traumas con T), pueden ser micro traumas (comúnmente conocidos por traumas con t), lo importante es la vivencia que cada uno experimenta y el nivel de peligro vivenciado.

Y durante nuestra vida, en asociación a esos estímulos, reaparece el personaje, para “ayudarnos” … y lo hace de forma espontánea. Es la respuesta automática e inconsciente ante un estímulo asociado a una experiencia dolorosa, la manifestación externa de una emoción interna. El rebelde, el envidioso, el mentiroso, el testarudo, el moralista, el caradura, el indefenso… aparece como apoderándose de nosotros y sin tener demasiado control sobre él.

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Los creamos a una edad muy temprana ante experiencias dolorosas. Nos sirvieron para salvarnos del miedo, carencias afectivas, sufrimiento… Los aprendimos y arraigamos profundamente y salen disparados cuando el ego reconoce una emoción similar a la que causo la experiencia asociada al personaje.

Los personajes no tienen que ver con quienes somos en realidad, son una distorsión en la interpretación de las situaciones, causada por una visión infantil que aplicamos como fruto del sufrimiento y necesidad adaptativa. Quizá en ese primer momento nos ayudó…  pero ahora en la edad adulta más que ayuda puede llegar a ser un gran lastre.

Puede ser, por ejemplo, que de pequeño fueras un niño nervioso y que no pararas quieto, por lo que te metías en líos. Como mecanismo de supervivencia y adaptación puede ser que empezaras a mentir para evitar “esos líos”, creando así una pauta de respuesta de evitación ante situaciones difíciles… esa pauta se ancla a nivel inconsciente creando el personaje y en la vida adulta, aunque tienes los recursos que no tenías en la infancia, sigues atascado ahí, en esos malos momentos, por lo que continuas dirigiendo tus acciones a lograr escapar del peligro (castigo).

O puede ser que naciera tu hermanito y tu madre no tuviera tanto tiempo para dedicarte a ti… pudiste sentirte rechazado… interpretando que tu madre ya no te quería… Si esto sucede puedes pasarte invirtiendo gran parte de tu vida intentando que los demás te quieran… creando un personaje a la medida para ello, un personaje solícito y complaciente renunciando a tus propios deseos, por ejemplo.

No obstante, esto no es real, tu madre te quería, fuiste tú el que lo interpretaste de ese modo, generándose un mini trauma, un trauma con t. Es evidente que ante una situación idéntica otro niño pudiera reaccionar de forma diferente creando otro personaje, uno que quisiera llamar la atención, el rebelde, por ejemplo.

Ante todo esto, es importante que tomemos conciencia de que no somos nosotros en esencia quienes actuamos así… es el personaje que se creó para ayudarnos y ahora más que ayudar obstaculiza el camino… pero el inconsciente, que es donde se creó no lo sabe… hay que decírselo.

Para un buen trabajo interior no solo hay que trabajar las memorias traumáticas, sino el personaje derivado de ellas…

¿Ya has identificado el tuyo?

Un abrazo.

LA CLAVE DE LA TRANSFORMACIÓN PARTE 2- VAMOS AL ORIGEN.

Hola otra vez, seguimos buceando en el apasionante mundo de las memorias inconscientes y sus mecanismos…

¿Os suena el eje adreno-pituitario-hipotalámico? Pues este eje vincula el sistema límbico del cerebro con las glándulas suprarrenales. El sistema límbico es el centro de control de muchas de las funciones hormonales y también está relacionado con nuestro mundo psicoemocional. El hipotálamo, la amígdala  y la glándula pituitaria residen ahí. El hipotálamo y la glándula pituitaria producen hormonas en respuesta a cualquier tipo de estrés físico o psíquico.

En vivencias estresantes o potencialmente peligrosas este eje se activa y produce neurotransmisores (dopamina, norepinefrina, adrenalina…). Cuando detectamos una situación de peligro, el cuerpo produce estas sustancias para reforzar nuestra capacidad de ataque o huida. Se suspenden todas las funciones corporales innecesarias en ese momento, como las de crecimiento, las reproductivas o las de digestión, por ejemplo, y se activan solamente las esenciales para la supervivencia. Nos ayudan a sobrevivir manteniendo un estado de alerta.

Una respuesta adaptativa al estrés se da durante un periodo de tiempo corto. Si esta  persiste puede provocar serios daños…

El eje adreno-pituitario-hipotalámico se desactiva cuando finaliza la situación estresante o de peligro ya que el sistema nervioso parasimpático hace que se retorne al estado basal inicial.

Hasta ahí todo bien, pero cuando ocurre un trauma esto se desbarajusta y no se desactiva del todo como veremos más adelante… Un simple estímulo interno o externo puede fácilmente detonar la ansiedad al activar este eje y llegado el momento de desconectar las alarmas no podemos hacerlo… Es como si nos quedáramos pegados, prolongándose los efectos del trauma y haciendo que el funcionamiento inconsciente del sistema límbico nos cause angustia.

“¿Y qué tiene que ver todo esto con la memoria?”, os preguntareis… Bueno, aquí va la explicación:

La amígdala ayuda en el procesamiento y almacenamiento de memorias cargadas de emociones intensas y el hipocampo provee de la secuenciación temporal y contexto espacial a una vivencia, colocando los recuerdos en una perspectiva apropiada y un lugar en la línea temporal del ciclo vital, dando sentido a la experiencia.

A medida que aumenta el nivel de estrés pueden liberarse hormonas, como el cortisol, llamada hormona del estrés, que suprimen la actividad del hipocampo, mientras que la amígdala permanece funcionando inalteradamente, haciendo que no recordemos la experiencia de forma explícita, pero si implícitamente de forma sentida.

Durante la experiencia traumática la actividad del hipocampo es frecuentemente suprimida, la persona pierde la percepción del evento como algo que ya ha acabado y no se percibe como liberada del suceso, por ello no se desactiva del todo el eje del que os he hablado … Ocurre que pasado el tiempo, incluso años después de la vivencia, quizá puedan recordarse detalles aislados, pero hay un montón de sensaciones físicas y reacciones emocionales que quizá no tengan sentido en el contexto presente… es como si, ante cualquier estímulo asociado de forma inconsciente, se volviera a vivir aquella situación traumática nuevamente, despertando la memoria implícita y activando otra vez la alarma, poniendo en funcionamiento el  eje adreno-pituitario-hipotalámico que empieza a trabajar de nuevo.

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¿Cómo acceder entonces a todo ello si se activa de forma inconsciente?

Como dice Annie Maquier las memorias fueron grabadas en frecuencias delta y alfa y no son accesibles desde el proceso consciente, que tiene lugar en frecuencia beta. Por eso es tan difícil desprender los mecanismos anclados en la parte inconsciente mediante un simple proceso consciente. El inconsciente no puede desactivarse desde la parte consciente, hay que volver a situarse en el estado inicial de aprendizaje.

Esto para mi es de vital importancia, ya que cuando descubrí esto, cambié por completo mi modo de trabajar. Trabajaba desde el consciente, la parte cortical, desde lo que la persona sabía y eso, creedme, es marear la perdiz para llegar al punto de partida. Lo que la persona sabe, ya lo sabe y darle vueltas no va a cambiar los patrones profundamente anclados. Seguramente que cuando la persona acude a terapia ya ha hablado de sus problemas con algún amigo o familiar, incluso con algún profesional… y sigue igual o parecido.

Para borrar o modificar esas memorias de las que habla Annie Maquier y hemos desgranado biológicamente al inicio del texto, hay que desprogramar el inconsciente, para lo que, según mi experiencia, las terapias que trabajan desde el consciente son insuficientes. No digo que sean inútiles, ya que ayudan a colocar cuestiones e ideas, pero no son suficientes para un cambio profundo, ya que nuestras reacciones automáticas que han sido aprendidas de forma profunda e inconsciente salen sin que podamos controlarlas.

Por ello hay que hacer un viaje al inconsciente para trabajar desde allí, desde ese lugar donde están grabadas nuestras memorias traumáticas… y desde ahí desprogramarlas para que dejen de condicionarnos.

Esto no es posible desde un canal consciente, por ello es necesario acceder a un estado alterado de consciencia desde el que poder trabajar hablando desde un lenguaje que el propio inconsciente entiende, un lenguaje metafórico, el que impera en los sueños, por ejemplo.

Al acceder a este estado de conciencia dejamos a un lado, como descansando, la “parte mental”… es como si se relajara por un momento para trabajar con la parte límbica y reptiliana… y empezamos a trabajar con el cuerpo que es donde reside en mayor medida la parte inconsciente de ese gran acontecimiento que somos nosotros mismos…

El cuerpo es sabio… A no ser que tengamos una patología que lo impida, cuando nos hacemos una herida el cuerpo envía plaquetas, se genera una postilla y poco a poco va cicatrizando la herida… El cuerpo sabe hacerlo… si no se lo impedimos… está programado para volver al estado de homeostasis.

A nivel emocional ocurre lo mismo… pero muchas veces la parte cortical, “racional”, lo impide con aprendizajes inculcados socialmente, con miedos, resistencias varias adquiridas y muchas veces incompatibles con nuestro bienestar… Los niños lo logran más fácilmente… ellos aún no han adquirido esas resistencias y permiten la autoregulación con mayor facilidad. Bien es verdad que el tipo de apego que tenga el niño facilita o dificulta dicha autorregulación… pero ese es otro tema del que hablaré en otra ocasión.

Como decía, el cuerpo es sabio y si le dejamos, puede llegar muy lejos… pero para ello hay que sortear esas resistencias que en un estado alterado de conciencia tienen menos cabida.

Desde ahí hablarle a esa parte donde están esas memorias traumáticas y permitir que el cuerpo en su infinita sabiduría haga el resto.

Muchas personas a las que acompaño me dan las gracias y lo agradezco de corazón, pero el mérito no es mío para nada… son ellos los que permiten a su cuerpo hacer todo el trabajo para desprogramar todo esto tan profundamente arraigado y anclado que les está dañando y condicionando. Es precioso ver como la persona se rinde a su esencia sin poner resistencia y como desde ahí se produce el cambio, de dentro a fuera…porque todos tenemos esa capacidad, simplemente hay que permitirlo.

Un abrazo.

LA CLAVE DE LA TRANSFORMACIÓN PARTE 1 – LOS RECUERDOS QUE NO RECORDAMOS

Hola a todos, esta vez quiero contaros lo que, a mi forma de ver, es la clave de la transformación, o el camino o vía para que cada cual pueda acceder a ella, al menos.

Como es un tema extenso, mi idea es haceros llegar esta información en partes o capítulos… para que cada cual pueda leerlo a su ritmo.

En esta primera parte mi intención es comentaros como almacenamos los recuerdos, los que recordamos y los que no… “Y si no los recordamos… ¿son recuerdos?” os preguntareis… y con toda la razón. La respuesta es que si. Aunque no podamos acceder a ello de forma consciente se recuerda todo lo vivido, incluso lo que vivieron nuestros antepasados y nos transmitieron epigenéticamente, pero bueno, este es otro tema del que ya os hablaré…

La cuestión es que de una manera u otra recordamos todo y es de una gran importancia tenerlo en cuenta ya que esos recuerdos que no recordamos conscientemente son los que nos influyen de una manera más profunda en nuestro día a día y quienes son responsables, en mayor medida, de gran parte de nuestras emociones y sensaciones.

El cerebro procesa las percepciones y las almacena como pensamientos, emociones, imágenes, sensaciones, impulsos conductuales, movimientos… Cuando estos se recuerdan, se llama memoria. Pero esta no siempre es consciente. Por eso es importante diferenciar entre los dos tipos de memoria con los que convivimos:

  • Memoria explícita. Es lo que comúnmente conocemos por “memoria”. Es el tipo de memoria que una persona utiliza cuando piensa conscientemente sobre algo y lo describe con palabras. Depende del lenguaje y del pensamiento que es necesario tanto para almacenar como para recuperar este tipo de recuerdos. Empieza a desarrollarse a partir de los 2-3 años en la etapa postverbal, ya que depende del lenguaje, como he comentado.

 

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  • Memoria implícita. Implica procedimientos y estados internos que son automáticos. Opera inconscientemente, a no ser que se haga consciente a través de una transición a memoria explicita, que dé sentido a la sensación, emoción, impulso o movimiento recordado.

Los acontecimientos traumáticos son más fácilmente almacenados en la memoria implícita. En algunos casos, pueden coexistir en un recuerdo implícito emociones, sensaciones corporales e impulsos conductuales confusos y abrumadores sin acceder a la información relativa al contexto en el que se activaron o al que se refieren.

Este es el tipo de memoria preverbal, por ejemplo, ya que antes del lenguaje la memoria explícita es difícil que se dé.

La persona recuerda, pero en otra clave…emociones, sensaciones, impulsos…

Esto explica muchos síntomas somáticos, los flashbacks del estrés post traumático o sensaciones, miedos y emociones que no comprendemos porque son incompatibles con la lógica a nuestro entender, aunque realmente no lo son.

El cuerpo recuerda, por medio de estos canales, vivencias que se han quedado como congeladas en este tipo de memoria y que la consciencia no es capaz de ubicar ni entender. Un simple estímulo interno o externo puede despertar ese recuerdo en forma de esas sensaciones, impulsos, emociones… sin que podamos entenderlo…

¿Os ha pasado esto alguna vez? ¿Que sintáis una emoción o sensación sin que sea muy “racional o lógico” sentirla?, ¿Qué me decís de los miedos por ejemplo? ¿O ciertos comportamientos o emociones que más que corresponder a una persona racional y adulta responden más a un niño pequeño y herido? ¿Os suena de algo?

En las próximas partes de La clave de la transformación iremos viendo y entendiendo los mecanismos y engranajes de este último tipo de memoria, cómo se forma, cómo acceder a ella y sobre todo cómo lograr que toda esa información implícita pase a ser explicita, consciente y por lo tanto posible interaccionar con ella… para poder lograr esa transformación y ser más dueños de nosotros mismos, “ser mas yo”, como muchas personas a las que acompaño me dicen.

Un abrazo

LA INFLUENCIA DE LAS EXPECTATIVAS

Un apunte sobre las expectativas ajenas en nosotros…

El niño aprende a comportarse en sociedad imitando lo que ve del entorno que le rodea, de las personas que son importantes para él,  respondiendo a sus expectativas. Con el tiempo esta imitación incide en el desarrollo de la personalidad de ese niño y en su sistema de creencias.

Esto nos lleva a pensar que los demás nos definen, sobre todo nuestras principales figuras de apego, nos dan un rol y con ello nos dicen lo que somos  y qué debemos ser.

Y con ello la consiguiente pregunta: ¿somos lo que los demás han esperado que seamos?

Esclarecedor es el estudio de Pigmalión en clase , donde se recoge el experimento que Rosenthal y Jacobson (1968) realizaron en un centro escolar, en el cual aplicaron un test de inteligencia a todos los alumnos; tras esto dieron a los profesores los nombres de los niños que, según las pruebas realizadas, mostrarían un desarrollo intelectual destacado durante el curso (en realidad dieron el nombre del 20% de los niños elegidos aleatoriamente). Ocho meses más tarde volvieron a medir el CI (coeficiente intelectual) del alumnado y comprobaron que los nombres al azar como destacados habían conseguido un mayor desarrollo intelectual. Incluso el profesorado les otorgó características positivas respecto a la adaptación escolar  y habilidades sociales. Esta investigación se ha repetido en diversas ocasiones hasta la actualidad  con resultados similares.

Esto nos plantea la siguiente cuestión: ¿En que medida hemos sido influidos en nuestro comportamiento y forma de ser? ¿Y en que medida hacemos lo mismo con nuestros niños?

Yo diría que en gran medida, aunque no pongamos una «etiqueta», que muchas veces si lo hacemos, (movido, cabezota, llorón, consentido, listo, bruto, tonto, bueno…) nuestra forma de hablar y comportarnos nos delata, comunicamos más por lo que no se verbaliza que por lo que sí se hace. El niño lo capta a la perfección, lo asimila, lo asume. A veces no se precisa, más que una frase, una mirada o un tono de voz para decirle que es «corto y torpe», un «pelma» o un niño «grato y capaz», por ejemplo.

El concepto que tenemos de nuestros niños puede comunicarse en cuestión de segundos.

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Si multiplicamos esos segundos por las horas de contacto diario, os podéis hacer una idea del grado de influencia. No solo condicionará sus sentimientos, sino también su sistema de creencias y consiguiente conducta.

¿Alguna vez habéis pensado en esto? ¿os lo habéis planteado?

En muchísimas ocasiones la voz de nuestros padres se convierte en nuestra voz interior en la vida adulta…

Con esto no quiero decir que haya que estar constantemente diciendo a nuestros niños lo buenos, listos y competentes que son, esto tampoco es una buena idea aunque a priori lo parezca… es una gran carga… tener que cumplir ese estándar de competencia puede ser un gran peso para ellos… lo veo en consulta con personas adultas, el rol que viven en su familia de «el responsable, el listo, el exitoso, el resolutivo…» al final mantener esas expectativas generan un grado de ansiedad y pesan como una losa…

Por lo que si hablamos en términos de conducta y dejamos el «ser» a un lado, seremos mucho más justos y les daremos la oportunidad de ser lo que ellos son, sin tener que cumplir con las expectativas impuestas por quienes les rodean.

Al decirles que son x, les condenamos…si les decimos que hacen x les damos la oportunidad de cambiarlo.

Finalizo este post con una frase que en algún momentó leí en algún sitio y me encanta: «No te apures creyendo que tu hijo no te escucha…te observa constantemente»

Un abrazo